martes, 13 de mayo de 2008

Discurso del método

Estos días tengo ardor de estómago y he perdido las gafas. Procuro llevarlo con resignación. Soy muy metódico para todo, incluso para el sufrimiento. Por eso es doblemente incomprensible lo de las gafas: siempre las coloco en el mismo sitio cuando me desprendo de ellas, para no andar buscándolas desesperadamente por toda la casa. Si no cabalgan sobre mis narices, sólo pueden encontrarse en el lavabo o sobre la mesilla de noche. Pues bien, ayer las busqué, aunque sin éxito, en estos lugares alternativos.

No sé qué ha podido pasar; así que después de 24 horas intentando averiguar qué ha sido de ellas, sólo se me ocurren cosas fantásticas para explicar su fuga. Es lo que tenemos la gente muy meticulosa, que cuando falla el método, no nos queda más remedio que acudir a lo sobrenatural. De hecho, he rezado siete padrenuestros seguidos, que es lo que hacía mi madre cuando perdía el dedal, y he encontrado siete dedales, en efecto, pero ni rastro de las gafas. Dios mío.

Al no ver bien, se me ha disparado el fuego gástrico, que es típico de las situaciones de cólera. Generalmente, procuro no irritarme porque la ira es muy difícil de sistematizar y luego produce efectos indeseables sobre el organismo. Aunque yo, en estas situaciones, siempre busco consuelo en la idea de que el cuerpo es un sistema y como tal se mueve a golpe de método. No siempre es así, ya lo sabemos, de ahí las enfermedades en general, y las neuralgias, que no parecen obedecer a una pauta. Excepto con mi madre, a quien le dolía la cabeza cuando iba a llover. A mí me ataca la punzada sin acompañamientos atmosféricos. Lo más que he conseguido es golpearme en la frente cuando hay tormenta, pero no es lo mismo decir va a llover porque me duele la cabeza, que me golpeo en la cabeza porque llueve.

O sea, que a mi madre, que no tenía método alguno para nada, le iban las cosas mejor que a mí. Sólo perdía los dedales, que se los encontraba san Antonio, y no sabía lo que era un dolor de estómago. En cuanto a las neuralgias, ya hemos visto que eran propiamente fenómenos atmosféricos. No nos parecemos en nada.




Juan José Millás


Cruciatus


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